Una reflexión, como mera observadora, sin intención alguna, como opinóloga media de red social (al fin y al cabo, no tengo barra de bar a la que ir).
Una pandemia es algo a lo que nadie teníamos pensado enfrentarnos.
Nunca me he levantado sobresaltada en un sueño pensando en un virus que nos haría temblar. Y aunque si entendía y veía un peligro potencial a largo plazo con los virus, porque no disponemos casi de tratamientos, sinceramente, jamás imaginé siquiera que a mí me tocaría vivirlo.
A mí no, a mí nunca.
Es humano. Todos vivimos con esa idea por bandera: yo no tendré un accidente, yo no me voy a morir joven, yo no me voy a arruinar, yo nunca me haré adicta, yo nunca…a mí no me va a pasar.
Menuda lección de realidad. Una hostia en toda la cara.
Por otra parte, cómo han respondido distintas culturas y gobiernos, será objeto de análisis por parte de sociólogos, antropólogos, psicólogos, politólogos…y muchos “lógos” y “lógas” más.
Salvando excepciones, muy excepcionales, no hay personas en nuestro país defendiendo barbaridades como que se levante totalmente el confinamiento por volver a trabajar hoy mejor que mañana, incluso cuando mucha gente las está pasando canutas por no saber cómo leches va a pagar el alquiler el mes que viene.
Tampoco se lee a nadie queriendo retirar la sanidad pública, o criticando la megainversión en sanidad que se está haciendo.
Porque entendemos que la salud es algo fundamental y entendemos que ha de ser así para todos.
En otras culturas, con otros valores, y pongo por ejemplo los videos que se pueden observar de una parte (subrayo, una parte) de la sociedad norteamericana, aún en plena crisis sanitaria, cuestionando cosas que a nosotros no nos entran en la cabeza siquiera plantear.
Habrá miles de mejoras que hacer en este país, pero cada día que pasa siento más orgullo por cuidar a muy pequeña escala de mi parte de sociedad.
Una sociedad empática, en su mayoría, solidaria, en su mayoría, y que entiende el valor de la colectividad, frente al individualismo y al egocentrísmo, como no, en su mayoría. Una sociedad que siente con cada cifra de muertos una puñalada, a pesar de no ver a ningún familiar directo caer. Que respeta el dolor ajeno y siente una imperiosa necesidad por evitarlo.
Y no saco ninguna bandera, porque no hablo de trozos de tela, ni de colores, hablo de valores y personas que los comparten, y esos, no entienden de nacionalidades, ni de lenguas.
En gran medida, creo que esto se lo debemos, precisamente, a tener dos pilares enormes en los que sustentarnos: una educación pública, y una sanidad pública.
Nos igualan, nos ajustan, nos dan la libertad de pensar y la libertad de ser.
Sólo espero que nunca más dejemos que a alguien se le pueda ocurrir, siquiera, tocarlas.